La Regenta

Mucha higiene – 348947

Me cuesta ver a las mujeres que entran y salen con sus desnudo varones sin que casi me ahogue el collar por el enérgico tiro de la correa en manos de Minerva. Ni siquiera cuando me sacó de la jaula me dejó lamer sus botas. Tiene prisa y me lleva por un pasillo hasta otra puerta. Ya que dejamos la sala principal, ahora solo estamos ella y yo cuando de repente se detiene. Una puerta que abre y tengo el tiempo necesario de leer un letrero que dice dirección general. Tira de nuevo de mi y en su interior un escritorio y su silla vacía parece estar para ella. Y si, deja caer al suelo mi correa y se sienta en esa cómoda silla de oficina. La señal de su índice me ordena ponerme en reposo sobre el lugar señalado. Obediente dejo mis codos, barbilla y rodillas sobre el impoluto suelo.

Capítulo XII

Age político porque se le había convencido de que la causa de la religión no prosperaría si los buenos cristianos no se metían a administrar. Carraspique frisaba con los sesenta abriles, y no se distinguía ni por su valor ni por sus dotes de gobierno; se distinguía por sus millones. Era el mayor contribuyente que tenía en la provincia la jefatura subrepticia de don Carlos VII. Levante era el pontífice infalible en ángel hogar honrado. Tenían cuatro hijas los Carraspique; todas habían hecho su primera confesión con don Fermín; habían sido educadas en el convento que había escogido don Fermín; y las dos primeras habían profesado, una en las Salesas y otra en las Clarisas. El palacio de Carraspique, comprado por poco dinero en la quiebra de un noble liberal, que murió del disgusto, estaba enfrente del caserón de los Ozores, en la Plaza Noticia, podrida de vieja. El Magistral se dejó introducir en el estrado por una criada sesentona, que ladraba a los pobres como los perros malos.

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